Historia: la presa Historia: la presa
Historia: la presa

Xelya ha cazado a muchas bestias en los años desde que la aeronave de su familia se estrelló en las afueras del Archipiélago del Carnero, obligándola a madurar rápidamente para mantenerse con vida en la frontera. Con la excepción de un mentor frecuentemente ausente, pasó su infancia sola, cazando a carneros salvajes y a otros animales de las Islas Fragmentadas para encontrar sustento. También aprendió a cazar a las bestias más peligrosas; los poderosos Behemoths que dominaban las islas salvajes al borde del Vórtice Inexorable.

Ahora era su turno de ser cazada. Y para su sorpresa, había descubierto que lo estaba disfrutando.

Echando una mirada hacia atrás por donde había llegado, notó que no había dejado rastro alguno que señalara el camino que había tomado. Pero sus perseguidores no eran cazadores ordinarios. Su oído le anunció lo que sus ojos le negaban: aún la estaban siguiendo, y tenía que moverse.

La luna plateada que se abría paso a través de las nubes brillaba con una palidez fantasmal sobre la pequeña laguna que apareció frente a sus ojos tras salir de los matorrales. Una pálida neblina se arrastraba sobre la cristalina superficie, sin alteraciones más que las causadas por una libélula asustada que había escapado al verla aparecer.

Cada uno de los huesos de su cuerpo quería seguir al insecto en su vuelo. Correr, huir, salir volando a toda velocidad para escapar de la persecución y volver a su planeador. Despegar de esta isla y usar una corriente de aether para viajar hacia la siguiente, con la esperanza de que ofrezca un poco más de seguridad. Después de todo, era un patrón de conducta que la había mantenido viva hasta ahora. Pero también sabía que la única manera de pasar de presa a cazadora era tomando control de la situación. Dejar de reaccionar, y en su lugar prepararse y actuar. Por lo tanto se mantuvo quieta y en silencio. Silenció incluso el sonido del latido de su corazón, concentrando su oído en sus perseguidores. Precisando su ubicación, y preparándose para enfrentarles una vez que surgieran de entre el espeso follaje.

Ahí, pensó. De ahí vienen. Definitivamente.

Tomando su pica con una mano, se posicionó silenciosamente a la espera de su llegada.

El primero en salir era un hombre alto y muscular quien vestía la típica armadura de cuero y madera de los trotamundos. Similar a la de ella, pero más desgastada y maltratada. Empuñaba unas hojas encadenadas fabricadas a partir del huesudo arco superciliar de un Skraev Pluma Gélida, y entrecerraba sus ojos mientras que examinaba el silencioso claro.

Xelya no le dio la oportunidad de verla antes de atacar. Bajó su pica, golpeando al otro trotamundos detrás de sus rodillas, lo cual le lanzó hacia adelante, echándole de cara dentro del lago, entre salpicaduras y gritos. Xelya tuvo la precaución de no golpearle con la hoja; no era una asesina. Continuó su ataque con una veloz patada que lo dejó inconsciente. A continuación se volvió contra su siguiente adversario.

Este nuevo oponente también era un trotamundos. Una mujer alrededor de una década mayor a Xelya emergió de entre los árboles portando un hacha fabricada con archonite, pero no estaba preparada para encontrarse con el cuerpo inerte de su camarada volando hacia ella. La mujer intentó esquivar hacia un lado, pero Xelya la estaba esperando con otra patada dirigida hacia el tobillo de su adversaria. La segunda atacante cayó con un gruñido atormentado, retorciéndose mientras se llevaba las manos hacia su tobillo gravemente herido.

Su tercer perseguidor no era tan temerario. Habiendo visto a Xelya encargarse de sus camaradas en segundos, permaneció al borde del bosque, buscando un mejor ángulo desde el cual atacar. Xelya sabía que estaba ahí, pero hizo todo lo posible para ocultarlo; fingiendo buscar entre los árboles, oliendo el aire con curiosidad, y diciéndole a la quejumbrosa mujer con el tobillo lastimado que se callara. Tras pasar unos minutos así, su tercer perseguidor decidió que estaba fuera de peligro. Ella escuchó un chirrido mientras que su espada de hueso abandonaba su funda, y aún así no reaccionó. Xelya tenía que admitir que este tercer cazador era extraordinariamente sigiloso al acercarse, aún convencido de que ella ignoraba su presencia. No fue hasta que ella levantó su pica para bloquear su ataque que él se dio cuenta de que nunca tuvo oportunidad.

Xelya sonrió ante la sorpresa del hombre, luego aprovechó su conmoción para desarmarlo y romperle la nariz con el poste de su pica. El cazador se tambaleó, perdiendo el balance y llevándose las manos a su cara bañada en sangre.

“¿Y bien?” preguntó Xelya mientras se pavoneaba ligeramente, haciendo piruetas con su pica. “¿Ya lo decidieron?” El hombre solamente hizo un sonido agonizante a través de su nariz ensangrentada. Xelya giró hacia los otros dos, a la vez que el primer atacante comenzaba a volver en sí. “¿Eh? ¿Eso es todo? ¿Pasé su prueba, trotamundos fanfarrones?”

“¡Me grompiste la nadiz!” chilló el tercer cazador.

“Sí.” respondió Xelya. “Entonces. ¿Estamos bien?”

El primer cazador se puso en pie y levantó sus hojas encadenadas. “¿Bien?” respondió. “Ya te diré cuando estemos…”

Apenas tuvo un momento para escuchar el silbido, y giró su cabeza hacia el cielo justo a tiempo para ver la púa que cayó sobre su muslo y salió por el otro lado, fijándolo contra el suelo. El hombre comenzó a gritar, pero Xelya lo silenció con una mirada. “Quédate quieto. Te desangrarás si no lo haces. Solo espera aquí. O muere. Tú decides.”

No tenía más tiempo que perder con el torpe trotamundos. Y a Xelya realmente no le importaba si había pasado esta última prueba. Sin una palabra, tomó a la mujer con el tobillo torcido y la puso en pie. Juntos, los tres quienes aún podían moverse se volvieron para enfrentar al furioso Quillshot que avanzaba por la cuesta para enfrentarles.

“Entonces.” dijo Xelya. “Como dije. ¿Estamos bien?”

“Estamos bien.” dijo apenada la mujer. Su camarada meramente asintió y levantó su espada, mientras que su compatriota fijado al suelo les alentaba entre quejidos desde atrás.

Con un grito estruendoso que no correspondía con su diminuta complexión, Xelya, la Trotamundos, cargó hacia la batalla.