El sonido del trueno, parte 1:<br/>La suerte nos sonríe El sonido del trueno, parte 1:<br/>La suerte nos sonríe
El sonido del trueno, parte 1:
La suerte nos sonríe

La nueva ciudad de Ramsgate no estaba formada solo por torres doradas y héroes virtuosos; también tenía grietas por donde se colaba el detrito de la sociedad. Como percebes pegados al casco de una embarcación, se aferraban con firmeza y obstinación a estas oscuras rendijas. Durante sus primeros días, surgieron tugurios y antros de mala muerte al abrigo de la reconstrucción. Había un mundo entero fuera de la plaza de Ramsgate que la doctora Shaed Priyani desconocía.

El bajo techo del Ancla oxidada obligaba a la clientela a encorvarse torpemente para esquivar las vigas mientras rodeaba las mesas en busca de tragos económicos y conversaciones mezquinas. La inusual luz que se colaba por los resquicios atravesaba la nube de motas de polvo que flotaba en el salón.

En un rincón especialmente sombrío, sentada a una destartalada mesa, Dama Fortuna examinaba al hombre que tenía delante. Su pelo se asemejaba a una fregona y tenía un aspecto exhausto. Aunque tenía una apariencia tosca y andrajosa, el centelleo de sus ojos delataba cierta astucia. Incluso desde la barra, era evidente para Priyani que el rufián se tenía en alta estima; demasiado alta, a su parecer. A ese hombre había que bajarle los humos.

Era evidente para Priyani que el rufián se tenía en alta estima.

“Se rumorea”, articuló Dama Fortuna, “que has hecho un descubrimiento nuevo; algo grande, ¿verdad? Mi socia y yo necesitamos esa información”. Y señaló con la cabeza en dirección a la barra desde donde los observaba Priyani, oculta tras una vieja jarra. Sorprendida por el gesto de la corsaria, la doctora levantó la mano desmañadamente para saludar.

El hombre volvió a centrar su atención en Dama Fortuna. Tras examinar a la capitana corsaria de arriba abajo, su mirada se posó tanto en los adornos dorados como en su brillante ojo de archonite. “¿Qué valor tiene para ti?”, preguntó mientras se inclinaba hacia ella con una mueca de desdén.

“Eso da igual, grumete; lo importante es el valor que tiene el secreto para ti”.

“Ah, ¿que estamos negociando?”.

“No”, contestó ella mientras se sacaba la suciedad de las uñas con la punta de una daga. “Mi propuesta es sencilla: si no hablas, te romperé tres costillas aquí y ahora; esa es mi tarifa últimamente”. Y desenvainó bruscamente la espada para demostrar que no mentía.

“Sé quién eres, corsaria. Solo porque tengas un trato preferencial con los Slayers y un pase gratis a…”.

De un salto hacia atrás, Dama Fortuna se levantó de la mesa e hizo caer la silla sobre unos malhablados clientes, para quienes el incidente parecía la excusa perfecta para dar comienzo a la trifulca habitual de cada noche. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, arrojó la mesa hacia delante de una patada en medio de una lluvia de licor para poner al bribón contra la pared, y agarró el borde de la mesa mientras empujaba con firmeza para encajarla contra su estómago y arrinconarlo como si de un torno de madera se tratara.

“Bien”, dijo con una sarcástica sonrisa, “volvamos a nuestro acuerdo”.

El hombre escupió a los pies de la corsaria y esta, apoyándose en sus talones, aprisionó el estómago del hombre contra la mesa hasta que, desde la barra, la doctora escuchó un desagradable crujido y, consternada, se tapó la boca con la mano.

“Ahí va una; bueno, quizá dos”, señaló Dama Fortuna tras soltar ligeramente la mesa. “Sí, digamos que dos. Bien, podemos cancelar la transacción en cualquier momento, tesoro, o subir el precio. Aprecias todas tus partes, ¿no?”.

Priyani observaba la escena en silencio mientras intentaba refrenar sus ganas de intervenir. Su instinto le decía que no debía involucrarse y, a esas alturas, era imposible detener a la capitana.

¿Acaso lo deseaba en el fondo? Sabía que Dama Fortuna era impredecible, por decirlo suavemente, pero decidió recurrir a ella de todos modos. Priyani no tenía mucha experiencia con los bajos fondos de Ramsgate, y Dama Fortuna era una guía formidable. La idea de visitarlos junto a la célebre corsaria le causaba emoción, debía confesarlo, pero ahora el entusiasmo se tornaba en pavor.

“¡El Cabo Furia!”, gritó el hombre. “¡Vi a la bestia! Por los cielos, mujer, ¡búscala allí!”.

Cuando la corsaria arrojó la mesa a un lado, el hombre se dobló sobre sí mismo y empezó a vomitar. Entre el primer golpe de Dama Fortuna y la liberación del granuja, la clientela del tugurio había organizado una trifulca; volaban puñetazos y sillas por todas partes.

Conforme se disponía a abandonar el antro, Dama Fortuna hizo una seña a la estupefacta doctora para que la acompañara. Priyani, que se encogía cuando la pelea se acercaba peligrosamente a ella, intentó abrirse paso entre el caos y, tras esquivar por los pelos varios encontronazos, logró llegar hasta la sonriente corsaria. Ambas salieron a la calle juntas.

Dama Fortuna hizo una seña a la estupefacta doctora para que la acompañara.

“¡Ja! Nadie puede resistirse a una buena pelea en un sitio como este”, señaló Dama Fortuna.

“No habría acudido a ti si hubiera sabido que tus métodos eran tan…”.

“¿Efectivos?”.

“No es la palabra que buscaba, capitana”.

“No hay de qué, cielo. Si me necesitas, estaré en mi aeronave”. Tras guiñarle un ojo, Dama Fortuna se alejó en dirección a un sombrío callejón para adentrarse en Ramsgate. “¡Hasta la próxima!”.


Habla con la doctora Shaed Priyani en Ramsgate para ayudarla con sus pesquisas en la misión Investigaciones eléctricas.