Desde que los Behemoths de las Islas Fragmentadas le arrebataran al amor de su vida con dolorosa brutalidad, la doctora Priyani nunca ha bajado la guardia. Ni siquiera en Ramsgate, pues cada vez que salía a cielo descubierto la doctora buscaba indicios de amenazas Behemoths.
Y, a juzgar por los últimos acontecimientos, ciertamente ningún lugar era seguro…
En plena misión y hostigada por los turbulentos vientos del Cabo Furia, Priyani estaba especialmente nerviosa. Avanzaba con cuidado, esquivando los aumentos de aether y las zonas de confluencia, con la única compañía de árboles retorcidos y ventarrones aulladores. Durante la caminata, aetherómetro en mano, tuvo que rodear un montículo particularmente prominente de cráneos de carnero.
La doctora había enviado sus lecturas a los Slayers más hábiles de Ramsgate, gracias a los cuales contaba con todos los datos necesarios sobre las recientes corrientes de aether eléctrico. Solo faltaba comparar los hallazgos originales con las extrañas fluctuaciones de la isla, que destacaban como Ozz, el honesto, en un funeral ostiense. De pronto, la aguja del medidor saltó bruscamente, sobresaltándola.
Priyani se arrodilló a examinar unos característicos hundimientos sobre la tierra endurecida; eran huellas de Behemoth.
«Sorrel, ¿me recibes? Creo que he encontrado algo interesante”.
“Te escucho”, oyó decir a Kat entre las interferencias de la radio del farol. “Sé rápida. La tormenta madre podría intensificarse en cualquier momento, y preferiría no estar en estos cielos para entonces”.
“Definitivamente es un Drask, aunque, si las lecturas son correctas, pertenece a la especie más grande que he visto nunca. Percibo drásticas diferencias morfológicas, y las lecturas de aether son mucho más fuertes aquí”. Priyani cambió de postura, incómoda por lo que indicaban sus instrumentos. “Kat”, susurró la doctora a la Maestra Slayer con una confianza espontánea que solía evitar. “Tengo un mal presentimiento…”.
“¿Quieres decir que…?”, preguntó Kat.
“No estoy segura”, interrumpió Priyani. “Necesito más datos y lecturas”. La doctora se levantó mientras observaba el horizonte celeste de tonos cambiantes. “Debo descubrir adónde conducen”.
“Mala idea, doctora”, contestó Kat. “¿No eras tú quien prefería terminar rapidito con esto?”.
A Priyani se le erizó el vello. “Debemos averiguar a qué nos enfrentamos… Tengo que saber si ha vuelto”.
“Espera, anda. Enviaré refuerzos enseguida, pero no te muevas”.
Priyani esperó con fingida paciencia, pero era incapaz de contener la curiosidad; se agitaba dentro de ella como una tormenta. Su investigación era de vital importancia. Cuanto más lograra descubrir, más sabrían los Slayers sobre su enemigo y, tal vez gracias a ello, una familia menos sería destruida a manos de los brutales Behemoths.
En la distancia, un extraño bramido penetró la plañidera tempestad. Se oía el restallar de rayos dentro del murmullo gutural de la tormenta: una tempestad de carne y hueso capaz de desafiar a cualquier invasor.
Priyani se giró en la dirección del sonido mientras se preparaba para plantar cara a la inminente tormenta. Decidida, aunque cautelosa, la decana de los behemothólogos puso rumbo al horizonte.