Sus piernas temblaban con furia, su corazón latía como un timbal y sus trenzas se sacudían salvajemente, azotadas por el viento; la doctora Shaed Priyani corría como si le fuera la vida en ello.
Antes de lanzar una mirada hacia atrás, zigzagueó para esquivar los fragmentos de fulgurita y huesos de carnero que sobresalían del suelo. El Behemoth, con carrillos chisporroteantes —definitivamente se trataba de un Drask gigantesco—, se disponía a liberar una destructora bocanada de aether eléctrico en su dirección. Sus músculos se tensaron cuando empezó a sentir la creciente carga eléctrica a sus espaldas.
Debería haber hecho caso a Kat y haberse quedado quietecita; por culpa de su curiosidad, moriría fulminada. Pensó que era un fin más que digno para una experta en Behemoths, y deseó más que nunca volver a creer en el más allá. Si tuviera una mente menos científica, le hubiera consolado pensar que se reuniría con su mujer en la otra vida.
El aleteo de un planeador llegó a sus oídos momentos antes de verse arrojada a un lado con brusquedad. Priyani cayó rodando, rodeada de una nube de arena y roca, justo cuando un rayo eléctrico perforaba el lugar que había ocupado solo momentos antes.
Cuando finalmente se detuvo, Priyani miró con alivio a su salvadora. Kat fue incapaz de mantener su feroz mirada de guerrera y le dirigió una sonrisa torcida mientras le ofrecía la mano para levantarse.
Kat tenía el pelo erizado debido a la electricidad estática, y su sonrisa se tornó rápidamente en una mueca de frustración. Entre jadeos, Priyani soltó una exánime carcajada. “Caray”, tosió. “Me gusta tu peinado, Slayer”. Durante un breve instante, la sonrisa volvió al rostro de la cazadora. “¿Y si te callas y corres?”.
Nada más pronunciar la última palabra, una enorme cola con púas impactó contra la Maestra Slayer y la mandó volando lejos. Kat aprovechó la inercia de la caída para dar una voltereta y ponerse de pie entre la polvareda, y Priyani dejó escapar un jadeo de alivio.
El Drask era más grande que cualquier otro Behemoth que Priyani hubiera visto. Crestas como cuchillas rodeaban sus aletas, que centelleaban con un brillo cobalto debido a la energía aethérica. Su inmensa garganta tembló violentamente cuando dejó escapar un rugido entre horripilantes colmillos afilados.
“¡Debería estar extinto!”, gritó.
“Déjamelo a mí”, dijo Kat. «¡Tú lárgate!”.
La hoja de la Maestra Slayer silbaba mientras la blandía como calentamiento previo al combate. Priyani sabía que hacía muchos años que el filo de Kat Sorrel no saboreaba la carne de Behemoth con regularidad. No obstante, la conocía bien y sabía que jamás huiría de un combate si había vidas en peligro.
“Por favor, ten cuidado”, le dijo, y se sorprendió de lo mucho que lo deseaba.
“Yo lo distraeré, doctora. Vuelve a la zona de aterrizaje; está al sur, a unos dos kilómetros”. Luego se giró para mirar a la científica y abrió los ojos de par en par al verla paralizada. “¡Por los cielos, Shaed! ¡Corre!”.
Al oír su nombre, la doctora logró sacudirse de encima el pánico que engullía sus pensamientos e hizo lo que se le ordenaba, no sin volver la vista atrás con preocupación.
Kat intentaba llamar la atención del gigantesco Drask, y la bestia arremetió contra ella con las garras de sus musculosas patas delanteras. La Slayer esquivó el ataque con facilidad y levantó la espada para clavarla en las escamas de la bestia. La estela de aether que brotó de la herida la bañó por completo, y una sonrisa volvió a dibujarse en su rostro.
Mientras el Drask gemía de dolor, la Slayer aprovechó su efímera ventaja para lacerar la mandíbula de la boquiabierta criatura. Tambaleándose debido al golpe, el Drask tropezó y se revolcó por el suelo, cegado por una mezcla tóxica de furia y aether. En mitad del berrinche reptiliano, Kat logró escapar.
Alcanzó a la experta en Behemoths enseguida y, tras empujarla con suavidad detrás de un saliente de fulgurita, se puso el dedo en los labios. El mensaje era claro: silencio, doctora.
“¿Es ese? ¿Es el que buscabas?”, susurró Kat.
“Eso parece, pero no creo que sea el único. Debemos alertar a los Slayers”.
“Estoy de acuerdo”, masculló Kat con un suspiro entre cansado y perplejo. La aeronave que las llevaría de vuelta a casa descendía en dirección a la zona de aterrizaje cercana con la rampa de embarque desplegada para no perder ni un segundo. Kat agarró a Priyani de la mano y, sin mediar palabra, ambas saltaron a bordo, desplomándose una encima de la otra en cubierta.
Si la Maestra Slayer se percató del sonrojo que teñía el rostro de la doctora mientras se desenmarañaban, al menos tuvo la cortesía de no mencionarlo. Aun así, tumbada al lado de la Slayer mientras ambas intentaban recobrar el aliento entre ataques involuntarios de risa, Priyani notó que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía esperanzada.
“Creo que empiezo a hacerme mayor para estas expediciones tuyas”, dijo Kat con una sonrisa genuina.